jueves, 28 de diciembre de 2006

EL DICTADOR Y LA JUSTICIA

Como sucedió el 16 de agosto de 2003, con la muerte del “dictador caníbal” de Uganda, Idi Amin –responsable de más de 300.000 muertes-, estos días la humanidad debe lamentar y avergonzarse porque un genocida ha evadido sin siquiera un rasguño el castigo por sus crímenes. Ha muerto el dictador de Chile. El primer sentimiento que asalta a todas las personas a las que importa sinceramente que se cumplan o no los Derechos Humanos ha sido una gran frustración, ya que el genocida ha desaparecido para siempre sin rendir cuentas a la justicia del dolor que ha causado, y lo que me parece más importante, sin experimentar el más mínimo arrepentimiento y sin tener conciencia alguna de sus culpas, es decir sin probar el fuego del remordimiento. Aún hace sólo dos años de su boca muchos pudieron oírle decir “Pedir yo perdón? De qué?” en una entrevista pública: el general murió pensando que era un héroe devenido mártir en los últimos años por el acoso de los “marxistas”, que serían en su mente perversa los jueces y su entorno que, desde el famoso proceso iniciado en 1998 por el juez Garzón, persiguieron su condena por crímenes contra la humanidad. Sus víctimas no tendrán el alivio de verle humillado y señalado con el dedo como asesino cruel y azote de su patria –y que tomase conciencia de esto último, por vía de la repudia de sus propios ciudadanos, sería sin duda lo que más le habría dolido, habida cuenta de su patriotismo y su ilusorio orgullo de “héroe nacional”.

Es un momento para la reflexión y preguntarse: ¿cómo es posible que haya sido posible esta huída, cómo es que lo hemos permitido? El desenlace estaba escrito, en mi opinión, desde hacía tiempo; a mí no me sorprende que haya sido este. La figura de Pinochet tiene un alcance que muy pocos conocen, y como siempre la voz de estos pocos no ha tenido eco en los medios de masas. Afortunadamente, desde la irrupción del medio de comunicación libre –Internet-, el que lo desee puede llegar a esta información, de la que hago aquí un breve resumen; quien quiera profundizar en el significado de Pinochet dentro del proceso de imposición del neoliberalismo puede consultar este artículo de rebelión.org, quien quiera conocer el modus operandi por el cual sus antiguos sustentadores cumplieron con su compromiso de garantizarle la impunidad pueden leer el resumen da la historia del proceso judicial aparecida en elpais.es.

Pinochet fue, en términos generales, un instrumento, más brutal y por tanto más notorio, de la expansión del Imperio en Latinoamérica; y en particular un testaferro encargado de ensayar en la economía del reino a su cargo las doctrinas del neoliberalismo, ensayo muy necesario para el Poder.

La Historia del Imperialismo en Latinoamérica comienza hace más de 500 años, el “Quinto Centenario” del comienzo del expolio se conmemoró con gran pompa hace poco, en el 1992. Desde entonces, el Imperialismo ha pasado por diferentes etapas. Las primeras las estudiamos todos en la escuela, casi sin censura ni tapujos, porque las atrocidades cometidas entonces quedan lejanas en el tiempo: me refiero a la época colonial del Imperio Español (entre otros colonizadores). Pero nuestro modo de aprender la Historia del Imperialismo cambia a partir de la fecha de la independencia de los Estados Unidos. Desde entonces, la Historia de Latinoamérica parece, a juzgar por lo que nos cuentan, un proceso creciente de emancipación de sus pueblos. Esto no es cierto, como sabe cualquiera que estudie un poco en profundidad el tema. La verdad es que simplemente la colonización ha cambiado de forma, que van desde formas basadas en al injerencia manifiesta (la enmienda Platt, por ejemplo) a la encubierta, por medio de testaferros del Imperio aupados al gobierno de las “naciones independientes”. Este modo de colonización también ha variado con el tiempo, sobre todo en lo que se refiere al modo de aupar al poder al testaferro y la legitimidad de éste en su puesto, imponiéndose últimamente la otorgada por la “voluntad popular” con el respaldo moral de una fementida democracia.

El caso de Chile fue el último de una etapa anterior, en la que la menor vigilancia internacional o el mayor descaro del Imperio hacían posible que se obviasen las vías democráticas y el testaferro se imponía militarmente por medio de un golpe de Estado, financiado y organizado en la sombra –el descaro tiene sus límites- por el Imperio por medio de su organización terrorista, la CIA. Así subió al poder el general Pinochet, derrocando el gobierno elegido democráticamente por el pueblo chileno. Entonces, los líderes políticos al servicio del Imperio saludaron al dictador y legitimaron su acción. Los intereses del Imperio eran los de siempre: imponer un gobierno que permitiese a las multinacionales con total libertad la explotación-expoliación de los recursos del país. De un solo golpe, en este caso además se eliminaba el peligro que suponía la emancipación de una nación en Latinoamérica, que para mayor preocupación adoptaba una forma de Estado socialista y podría servir de modelo a las otras naciones vecinas de la región.

Pero en este caso había otra razón a mayores. El Imperio tenía necesidad de ensayar las nuevas doctrinas económicas liberalizadoras de Milton Friedman (economista recientemente fallecido), de un alcance tan enorme que hacían necesaria una prueba en un ámbito nacional antes de extrapolarlo a nivel mundial. Estas medidas las podemos resumir sumariamente en las siguientes: privatizaciones y liberalización de la industria y los servicios, privatización de los sistemas de pensiones públicas y reducción radical del gasto público. Se trata sencillamente de la desaparición del Estado en lo que se refiere a sus funciones de “servicios al ciudadano”, incluidos los que siempre se consideraron intocables y que daban su sentido y utilidad a la existencia de un Estado, es decir la Sanidad y Educación públicas y un sistema de pensiones mínimas dirigidos a sectores deprimidos de la ciudadanía (ancianos e inválidos). Eliminada esta función de “servicios”, confiados a la iniciativa privada, se conservarían solamente las funciones de “represión del ciudadano”, comúnmente llamadas fuerzas de seguridad del Estado (policía y ejército) y magistratura.

El resto de la Historia la sabemos. El ensayo arrojó un resultado inequívoco: rotundo fracaso. Que Pinochet haya salido indemne de su aventura experimental en el gobierno, no habría de sorprendernos en su país ya que allí le amparaban su magistratura y sobre todo su ejército, cómplice de las masacres y en comunión ideológica con el dictador. Lo que levanta suspicacias es que el gobierno del Reino Unido le haya ayudado a evadir la justicia en marzo de 2000 cuando el juez Garzón estuvo a punto de echarle el guante usando las herramientas de la ley. Para explicarlo es lícito hipotizar un funesto pacto entre el dictador y los representantes del Poder en los momentos de preparación del Golpe. Así, el general Pinochet y su gabinete habrían pactado con el Imperio una ayuda para su golpe militar y la estabilización del mismo (haciendo la vista gorda ante cualquier atrocidad, prestando ayuda económica e inteligencia para acabar con la disidencia), a cambio de que éste impusiese en la política de la nación las pautas económicas a ensayar.

Vamos tirando del hilo, y llegamos a quiénes eran los representantes del Poder interesados en el golpe del General. Serían los de siempre y no vamos a nombrarlos, pero para el caso sí interesa señalar a uno en particular que entre ellos sin duda se encontraba: la presidenta del Reino Unido, Margaret Thatcher. Ahora sí podemos explicarnos también que ella haya sido la única en lamentar públicamente la muerte del dictador como se lamenta la de un héroe, sin ninguna referencia a su condición de genocida procesado por crímenes de lesa humanidad. Y finalmente podemos también suponer que el respaldo pactado incluía, aparte de la ayuda a la represión que asegurase el asentamiento del régimen, algo que aunque seguramente no fue formulado en su momento (en los 70 nadie podía pensar en la justicia internacional como un peligro serio, de hecho la iniciativa del juez Garzón es pionera, en el año 1998) sin duda se sobreentendía: que el Imperio no permitiría que fuese juzgado por seguir sus indicaciones.

Explicado esto, cabe preguntarse qué conclusiones podemos extraer de la increíble evasión del General. Yo digo rotundamente: la Justicia internacional no existe. La Justicia sólo alcanza a los de abajo, y si alguna vez ha sometido a un poderoso esto ha sido porque alguien más poderoso que él así lo ha decidido. Dictadores y caudillos sanguinarios como Saddam o Milosevic han sido juzgados tras haber caído en desgracia (Saddam, antes de ser el as de picas de la baraja de Bush, fue su estrecho colaborador en Oriente Próximo) y no a causa de sus crímenes, sino por otras razones, no manifiestas: para ofrecer el proceso como justificación a una invasión, principalmente. Los mayores genocidas siguen impunes y en plena actividad, celebradas sus acciones por la prensa internacional y los pastores al servicio del Poder, como sucedió en su momento con el caso que hoy nos ocupa. Pero, lamentablemente, los más grandes, los que están sentados en la cumbre de la pirámide, esos no caerán en desgracia y no serán juzgados.