jueves, 4 de enero de 2007

LA MUERTE ES LA ESTRELLA DE LA TV

¿Han ustedes visto alguna vez morir a un hombre de muerte violenta? Yo les invito a que se armen de valor y vean el video “clandestino” de el asesinato de Saddam Hussein, estoy seguro de que sería útil para la humanidad que todos los occidentales lo viésemos. Estos días no se habla de otra cosa, y los comentarios más comunes son los de personas horrorizadas y molestas por esta ofensa a su sensibilidad, que protestan porque hayan pasado por televisión la versión “light” del crímen, aquella sin sonido que se detiene apenas se ha estrechado la soga en la garganta de la víctima. Como no tengo televisión, no sé si han pasado también la versión que se puede consultar en los medios digitales, pero apostaría a que no. Estas reacciones de repugnancia y hasta enfado por la publicación de imágenes “hirientes” de sensibilidades civilizadas son muy parecidas a las que provocaron en su día las campañas más agresivas de la DGT o el anuncio de la ONG “Anesvad” en la que se veían niños con repugnantes úlceras leprosas. También pude observar este tipo de indignación en el revuelo que se formó entre el público que asistía en julio de 2005 a la exposición del fotógrafo Juan Medina en el Premio Internacional de Fotoperiodismo “Ciudad de Gijón”, ante el espectáculo de los cadáveres de jóvenes inmigrantes africanos tendidos sobre la arena de las playas españolas en fotografías en las que se podían apreciar las muecas con que desfiguró sus rostros el frío que les causó la muerte. “¿Por qué tanta crudeza?”, se preguntaban ante otra fotografía que mostraba un cadáver flotando, hinchado, con una gaviota que lo descarnaba a picotazos. Juan Medina ganó el concurso con ese reportaje sobre el drama de los inmigrantes que llegan a las costas españolas en pateras, y me alegré mucho –pese a que yo también participaba con un reportaje sobre Cuba- de que el jurado hubiese considerado como más valioso justamente eso: la crudeza.

Porque este mundo es así, crudo, atroz. No sirve de nada esconder la cabeza como el avestruz, aunque sin duda es mucho más cómodo. Dios nos libre de que llegue a atormentar nuestro espíritu la sospecha de que tengamos algo que ver, por ejemplo, en la atroz muerte de Saddam. Y para aquellos que no experimenten ninguna piedad por el cruel dictador (poco menos de la mitad de las personas, probablemente), en la muerte de miles de civiles irakíes. Y para los que consideren que tampoco son éstos merecedores de su piedad, pues en los muertos de la alianza invasora.

Sí, estoy diciendo justamente eso: todos somos cómplices de estos crímenes, porque todos conformamos esta sociedad que produce estos horrores, y al mismo tiempo todos tenemos la posibilidad de hacer algo por una sociedad más justa. Empezando por mirar a la cara el horror y reflexionar sobre qué podemos hacer para evitar que se repita. Y no cambiar de canal o lamentarnos de que nos enseñen cómo muere un hombre.

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