martes, 6 de marzo de 2007

MILITARES NO-MILITARES EN AFGANISTÁN

Ayer “elpais.com” publicó la noticia de que Defensa aumentará el contingente de soldados españoles destacados en Afganistán. En este y otros artículos de toda la prensa oficial se han venido vertiendo una serie de informaciones falsas y consideraciones falaces destinadas a engañar al lector y posicionarlo de acuerdo con la presencia de soldados españoles en Afganistán, cosa harto difícil (qué le importa Afganistán al panadero, al acomodador) para la que la prensa ha tenido que emplearse a fondo. Es curioso pensar en cómo EE.UU. supone ingenuamente que las sociedades europeas han de reaccionar como la suya ante sus doctrinas “civilizadoras”. Explicar a un mecánico de Vallecas lo bueno y necesario que es que su sobrino se vaya a un país que está en la quinta ostia a ayudarles, arriesgándose a que le caiga encima una bomba, y además reprimir la pregunta que a cualquiera que tenga un poco de lógica se le forma en la cabeza “si les ayudan, ¿por qué les tiran bombas?” con el argumento poco profundo de “porque son fanáticos” es mucho más difícil que convencer a un ciudadano estadounidense, que desde niño ha crecido con la idea de que su país es el paladín de los derechos en el mundo, y es su deber es ir con sus soldados allá donde se violen (esto es, allá donde haya comunistas o islamistas, que es lo mismo que violar los derechos. En concreto, regímenes como esos son tiranías, atentan contra la libertad) a imponer a sangre y fuego la Democracia y sus garantías. Un americano tiene clarísimo que sus enemigos, comunistas o islamistas, son fanáticos, y esta condición explica toda la oposición que encontrarán en su camino. Un americano cree firmemente que el surgir estos regímenes en cualquier parte del mundo suponen una amenaza para él en Wisconsin, pero la mayor de sus razones son desinteresadas: EE.UU. tiene el deber de vigilar el mundo. En definitiva, tiene muchas razones para justificar ese tipo de acciones.

Un europeo, sin embargo, no ha estado expuesto durante generaciones a la intensísima campaña de demonización del comunismo que ha habido en EE.UU., ni tiene la cultura de sublimación de la Democracia del gigante de ultramar. En Europa ha habido comunismo, hay comunismo y es votado, aquí en Italia por millones de personas. Hablo ahora de comunismo queriendo decir que las organizaciones alternativas a la Democracia al menos se contemplan, cosa que en EE.UU. no, por eso la sensación de horror ante el islamismo tampoco es tan sobrecogedora. Pero en general la dificultad mayor para que las sociedades europeas toleren la intervención de sus tropas en conflictos en los que no se les dan dos bledos es esa citada ausencia del sentido del deber americano. En Europa es necesario entrarle al ciudadano por otro lado: el del interés personal.

Este no es otro que el de la seguridad. Hago notar que este argumento también ha sido usado en EE.UU., en realidad se usan los mismos, aunque a una y otra parte del Atlántico se le da más énfasis a uno que a otro. Veámoslos en el orden de importancia que ha tenido en Europa.

· La defensa de la seguridad, ha sido la piedra de toque de la prensa y los políticos para embarcar a sus ejércitos en la cruzada, a ello han ayudado los diferentes atentados en Europa y el de EE.UU. El temor a nuevos atentados justifica la “guerra global contra el terrorismo”: no hay motivo más fuerte que el defender la propia vida.

· La neutralización de cualquier razón o motivo en los atentados bajo la categoría reduccionista de “fanatismo”, que es el odio puro e irracional a Occidente: un fanático no tiene mayores rasgos que el odio. El terror del occidental a lo irracional funcionó perfectamente. Occidente es una cultura basada en la razón y la ciencia.

· La ridiculización de la cultura islámica, presentándola como retrógrada y oscurantística. Esta también funcionó, en España ayudó mucho la Historia y el tradicional enfrentamiento religioso con lo árabe. Cruzados fuimos y cruzados seremos.

· La razón desinteresada de ayudar a conseguir la libertad a las naciones bárbaras invadidas aparece casi al final. Los lectores recordarán el tono de los primeros noticiarios después de las guerras, en los que se nos presentaban las mujeres sin burka en Afganistán y los irakíes (que eran chiíes, claro) tumbando las estatuas de Saddam. Esto no caló mucho en la sociedad española, por las razones que expliqué más arriba, y pronto decayó la atención mediática que resaltaba esta justificación.

· Por último, se ha dejado entrever su opuesto: ha habido quien en prensa ha sugerido lo beneficioso económicamente que podrían ser las invasiones y sometimiento de las naciones ricas en petróleo e hidrocarburos, y muchos ciudadanos la han hecho suya (secretamente los más, algunos valientes de forma manifiesta).

Para insuflar la certeza de la realidad de estas razones en la mente de los ciudadanos españoles, la prensa ha tenido que emplearse a fondo. Imágenes de muertos, de los ritos supersticiosos islámicos, historias de sufrimientos femeninos. Sin embargo, sigue siendo un trabajo duro y la prensa no da cuartel. En EE.UU. tan fácil, y aquí… El problema mayor es que, de las 5 razones expuestas, las 4 primeras –las que han tenido más peso- son falacias construidas ad hoc, ya en EE.UU. y mucho más aplicadas a Europa.

La seguridad es una razón cierta sólo a medias. Existe, es indudable, un conflicto y Occidente es objetivo de ataques terroristas. Lo que es falso es hacer creer que la represión por las armas del enemigo mejorará la seguridad, porque nadie que es golpeado agradece los golpes, ni perdona ni olvida jamás por cómo funciona el orgullo humano. Es justamente al contrario, el mundo islámico aumentará más su odio y habrá más muerte y sufrimiento. Y sobre todo es falaz e inmoral no plantear ningún debate acerca del porqué del problema de seguridad, o sea ¿por qué nos atacan?

El fanatismo de los árabes es, sustancialmente, una diferencia cultural como he dicho neutralizada en sus peores características o mejor sus peores manifestaciones particulares. La prensa escoge lo peor y lo presenta al mundo occidental, reduciendo más y más la imagen arquetípica que el ciudadano occidental tiene del Islam en un modelo construido por el acto de elegir determinados rasgos. En el proceso ayuda la desidia del ser humano y la tendencia a aceptar informaciones en lugar de tener una actitud crítica. El modo en que la televisión ha explotado esta característica del ser humano ha supuesto un cambio en el devenir de la Historia. Sobre este tema hace tiempo que quiero hablar, incrustado en un discurso sobre la crisis de la Democracia representativa. Pero eso es otra cuestión. Sobre la que nos ocupa, la construcción de una imagen del Islam que justifique su hostigamiento, recomiendo encarecidamente la lectura del artículo de Emilio Dabed publicado en la Revista Pueblos.

Pasando por alto la razón de la ridiculización del Islam, cuyo análisis se podría incluir en el párrafo anterior pues sigue la misma dinámica que la del fanatismo, sigo con la que me parece la más vil de las razones expuestas para justificar las invasiones en Oriente Medio: la razón desinteresada.

Del desinterés, en este mundo, es mejor desconfiar, y esto es así desde antiguo, ya nos lo decía Baltasar Gracián en su “Oráculo manual y arte de prudencia”. El que crea que EE.UU. y Europa gastan la enorme cantidad de recursos humanos y económicos que gastan por ayudar a los árabes (seres humanos a los que, por otro lado, desprecian profundamente) a alcanzar la libertad sólo puede ser calificado de simple, siendo moderados. La vileza reside, sobre todo, en intentar engañar haciendo pasar una cosa por su contrario. El ciudadano cree estar de acuerdo con algo actuando de modo altruista, se siente bien por ello, y en realidad está consintiendo un atropello y un latrocinio cometido por el interés de unos pocos. Es un engaño especialmente vil. La prensa ha ocultado informaciones que habrían dado luz sobre las verdaderas razones de la invasión de Afganistán (de Irak ya todos las saben, por tanto me sustraigo a ulteriores aclaraciones). Afortunadamente, hay periodistas que trabajan por amor a la verdad e Internet les da la posibilidad de darla a conocer para todo aquel que quiera oírla. La verdadera razón es la última que ofrezco y es la opuesta a esta: el interés económico. Agradezco a Antonio Aramanoya que me haya señalado esta información, que de tan silenciada que ha sido hasta a mí pasó desapercibida.

Las reservas de hidrocarburos existentes en Asia Central (Turkmenistán, Uzbekistán, Kazajastán y Tayikistán) son por su cuantía las segundas más importantes del mundo. Hasta ahora estaban aisladas y los costes del transporte y de impuestos a pagar a las regiones del Cáucaso por las que pasaban restaban rentabilidad a su explotación. Pero apenas terminada la guerra en Afganistán y establecido allí el ejército de ocupación, a finales de 2002 se firmó en Ashgabat un convenio para hacer realidad el oleoducto afgano-paquistaní tanto tiempo soñado por las transnacionales petroleras, que ha de transportar el crudo extraído en Asia Central al Océano Indico. El oleoducto atravesará Afganistán, y es fundamental que la nación colabore con ventajas fiscales y estructurales de cara a su construcción, y que la estabilidad esté garantizada en la zona para que el flujo de crudo no se interrumpa. Por eso es importante un gobierno favorable a EE.UU. en el país. Como los tiempos de la imposición de un dictador han pasado, la técnica apropiada es la de establecimiento de una democracia para con ayuda de la propaganda establecer la marioneta en el poder. Es una técnica infalible: si la propaganda falla y sale elegido un candidato contrario a los intereses americanos, se le acusa de fomentar el terrorismo y se le despoja del poder, en varias fases: presión económica por medio de sanciones de la ONU y luego intervención militar directa, de EE.UU. o alguno de sus aliados en la región (como sucedió cuando en Palestina salió elegida democráticamente Hamas).

Cabe preguntarse, para convencer incluso a aquellos a los que les atrae más el resplandor amarillo que la preservación de la Justicia, qué nos va a los españoles en este gran negocio. Pues nada. Nada de nada. Quien se enriquecerá serán los que ya son ricos, y al Estado pagarán lo que les dé la gana, como siempre han hecho: las migajas, lo suficiente para mantener a la masa contenta, que es la función del Estado. El único beneficio, invocado por muchos, es el mantenerse alineado de la parte de los poderosos, es decir, de EE.UU. Responder a la llamada del Tío Sam es de cumplimiento obligado para los súbditos del Imperio. De no hacerlo, España correría el riesgo de ser incluida en el “eje del mal”, al nivel de Venezuela o Bolivia. Sin arriesgarse a sufrir lo que los pueblos insurgentes de Oriente Medio, la actitud de los mercados de EE.UU. con España y sus empresas podría variar hacia la hostilidad económica. Pero de nuevo estamos hablando de los intereses de los mismos: los que tienen el dinero. Y de todos modos, es una cuestión de Justicia: ¿queremos atropellar, masacrar y expoliar?, y de dignidad humana: ¿queremos arrodillarnos ante la autoridad del Imperio?

Para terminar, quisiera desenmascarar alguna de las patrañas que la prensa ha ido inculcando en las mentes de los españoles desde el inicio del conflicto. He podido medir el alcance de las mismas leyendo los comentarios a la noticia del aumento de tropas en Afganistán, debate en el que participé activamente. De las opiniones de los lectores se extraían las siguientes ideas comunes:

1. La labor de los soldados españoles en Afganistán es ayudar a la población civil. Su labor es humanitaria, no militar. Los refuerzos sirven para aumentar la seguridad de los que ya están allí.

2. Los afganos son partidarios de la invasión y aman a las tropas invasoras, a las que ven como sus libertadores.

3. La invasión de Irak es ilegítima y la de Afganistán no. La primera es una misión de la OTAN, que son los malos, y la otra es de la ONU, que son los buenos.

Que un soldado, cuyo trabajo es matar, cuya formación está orientada a quitar vidas y preservar la suya para poder seguir quitando otras, esté con todo su arsenal en una zona de conflicto armado con fines exclusivamente humanitarios es una paradoja de difícil asimilación por un entendimiento acostumbrado a discurrir por las vías de la razón. Se aprecia mejor en la frase “la labor de los militares allí es humanitaria, no militar”. Un militar cuya función no es militar, sino humanitaria, función de otra categoría (médico, profesor). Vale que el ejército no tiene absolutamente ningún sentido y para dárselo de vez en cuando ocupemos a los soldaditos en apagar incendios en los montes, pero en Afganistán el fuego son los soldados. Si en verdad su función fuese humanitaria, no necesitarían fusiles ni vehículos blindados, sino medicinas y herramientas para construir infraestructuras. Me pregunto cómo hace un soldado para, sin ninguna formación médica, curar las heridas de un niño usando un fusil. Debe ser harto difícil.

Basta de bromas: la función de los soldados es, bajo el eufemismo de “garantizar la seguridad”, servir de policías en Afganistán. Ser la fuerza que imponga la autoridad: no llevar armas, no circular en zonas comprometidas, etc; efectuar registros, controlar accesos… El problema es que es una autoridad que no emana del pueblo afgano, sino de los invasores. Son, en definitiva, FUERZAS de ocupación. Y como consecuencia, el pueblo afgano les odia, ya que aunque su labor esté orientada a preservar la paz, esta es una paz impuesta, es la calma necesaria para que el expolio y la posesión del país se lleve a cabo. El pueblo afgano desea luchar, expulsar a los extranjeros de su territorio y ser libre, elegir su destino, aunque sea a tiro limpio como es costumbre en su cultura. Los soldados españoles y demás fuerzas de seguridad reprimen esta voluntad del pueblo afgano y ello les convierte en enemigos.

En el foro de elpais.com establecí una comparación que levantó ampollas, entre la guerrilla afgana que utiliza la técnica del “hit and fade” (golpea y ocúltate) contra los soldados extranjeros en su territorio exactamente igual que los partisanos franceses de la Francia ocupada por el nazismo. Según la óptica occidental, estos eran mártires de la liberación, y aquellos son terroristas fanáticos. Sin embargo, la situación que se da, abstrayéndonos de que nosotros ahora hacemos el papel que en los 40 hacían los nazis, es exactamente análoga: los nazis intentaban imponer un "nuevo orden", el suyo, el nacionalsocialista, a naciones a las que no les era propio, y por ello éstas naciones lo rechazaron con violencia, defendiendo su soberanía y su derecho a decidir su organización. El Imperialismo estadounidense hace lo mismo que los nazis al intentar imponer la democracia en Oriente Medio, por muy buena y muy nuestra ("que somos más civilizados") que sea.

Que los afganos sean partidarios del nuevo orden traído por los americanos es muy dudoso. En la Historia, en casos de invasión de una nación por otra tecnológicamente y culturalmente más avanzada, se daban entre la población de la nación invadida las dos tendencias que también tenemos en este caso: los que resisten y los que aceptan. Los que resisten y se oponen suelen hacerlo por orgullo de raza y dignidad personal. Los que aceptan, por interés y ansia de una mejora traída por aquellos que son más poderosos, o por confianza en el progreso. En la España de Fernando VII, cuando éste abdicó a favor de Pepe Botellas, hubo quien veía la imposición de la república (el orden francés) como un avance cultural deseable para España, y sin duda lo era. Pero en la vida y el espíritu de los hombres hay algo más poderoso, y es el ansia de libertad, de saberse dueño del propio destino; y eso unido al orgullo nacional hizo que los españoles se batiesen y vencieran a los franceses para volver al absolutismo de Fernando VII, que provocó un período de represión y falta de libertad conocido como la “década ominosa”. En definitiva, y permítanme la vulgaridad, “jodidos, pero con gusto”, y por nosotros mismos.

Volviendo a nuestro caso, en Afganistán también mucha gente ve a los americanos como una esperanza y ven con buenos ojos que éstos tomen el control de la situación, como en la España del Botellas había “los afrancesados”. En uno y otro caso, los favorables a la imposición foránea eran y son una exigua minoría, y esto debido al carácter del ser humano que comenté antes. En el complejo debate acerca de si la civilización se debe exportar e imponer, yo me posiciono por el NO, y a favor de la libertad de los pueblos y su derecho a padecer y luchar por ellos mismos.

En cuanto a la tercera de las falacias que señalo, sólo el desconocimiento de las razones ocultas de la invasión de Afganistán puede llevar a pensar que sea una guerra legítima. El hecho de estar avalada por la ONU no me convence: éste organismo, desengañémonos, ya no es lo que era; si es que alguna vez no fue otra cosa que lo que ahora demuestra ser sin rubor: una organización al servicio del Poder, de los intereses de las empresas transnacionales. Señalar en qué me baso para afirmar esto alargaría demasiado este artículo, me limito a señalar un ejemplo de actualidad: la ONU ha sancionado a Irán, a instancias del Imperio, por no “cejar en su intento de enriquecer uranio”, pese a que lo hace siguiendo todas las normas de la misma ONU y ejercitando su legítimo derecho a producir energía para uso civil. Sin embargo, otros países de corte similar a Irán, como Pakistán, y otros con amplio historial genocida como Israel, tienen el permiso de la ONU para poseer la bomba atómica. ¿Por qué este trato diferente? Estos últimos países son favorables a EE.UU., e Irán se opone a sus designios.

En definitiva, en estos días se aprobará el envío de más tropas españolas a Afganistán, y España colaborará con ello a las actividades criminales del Imperio en Oriente Medio. ¿Qué hacer? De momento, ser conscientes de ello. Si alguien se anima a manifestarse, adelante: yo le sigo.

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