jueves, 26 de abril de 2007

NOSOTROS SOMOS SEÑORES, VOSOTROS SOIS ETARRAS

Pese a que acabo de anunciar que permaneceré en silencio durante un mes, la aparición de una noticia especialmente significativa en “elpais.com” me llama inevitablemente a escribir algo sobre ella.

Entre los titulares de la página principal de elpais.com apareció el siguiente: “Abogado de víctimas llama señor a etarra”. Aparte del desacostumbrado estilo telegráfico, el titular llama la atención porque establece una distinción neta entre dos términos (señor<>etarra), poniéndola en rabioso primer plano para el lector, que no puede sustraerse a ello. No puedo evitar la tentación de hacer un pormenorizado comentario filológico de este titular, excelente periodísticamente hablando.

En este breve enunciado tenemos tres elementos: un sujeto (el abogado), un verbo (la acción de este abogado) y una relación entre dos términos (efecto de esta acción). El sujeto es el elemento menos interesante, su única función es añadir fuerza a la gran aberración que el titular denuncia: que un etarra sea tratado de señor. El carácter aberrante que añade el sujeto es el hecho de que éste sea alguien que, en principio, debería tratar de otro modo al etarra, por su posición (abogado de las víctimas). Señalar este sujeto y presentarlo como desencadenante de la aberración tiene también la segunda intención de atacar al colectivo al que representa, las víctimas, dudando de la sinceridad de su condición de víctimas al dar este honorable trato de “señor” a su enemigo.

En el verbo encontramos ya algo que nos extraña. La acción que merece el honor de conformar el titular es que alguien “llama” algo a alguien. No se trata de una decisión política, un viaje diplomático, ni una declaración de guerra: se trata de que alguien “se ha dirigido” a otra persona utilizando un cierto término, y en esto reside la aberración, el cataclismo, el delito, la ignominia. Y resulta que este término es el que se usa entre las personas que no se conocen, como forma de cortesía: no es un insulto, una ofensa o una ironía, es una convención que expresa el respeto del que habla hacia la persona a la que se dirige. Es este respeto, aplicado a eso que el titular llama “etarra” –palabra despectiva, en fuerte contraste con “señor”-, lo que condena y presenta como colmo de la ignominia el titular de “El País”.

La carga significativa del titular, que he desmenuzado en mi análisis, es asimilada por el lector en lo que le lleva leer la frase: poco más de un segundo. La sensibilidad de éste viene golpeada por la sensación de aberración que el titular transmite. Es más, la aberración no sólo la transmite el titular, sino que él mismo la crea (1). El mecanismo por el cual esta aberración se crea es muy antiguo y se llama “extrañamiento”, así llamado por la escuela formalista rusa (2) en su descripción de las técnicas literarias. De modo muy resumido, se trata de llamar la atención sobre algo tan cotidiano y común que nos pasa desapercibido. La llamada de atención arranca este algo de su contexto y lo devuelve a nuestra percepción como algo completamente extraño. En este caso, algo habitual, como que alguien se dirija a otra persona tratándola de “señor”, viene puesto en primer plano y soportando toda la atención del lector, produciendo el efecto mencionado, primero sorpresa e inmediatamente aberración, escándalo. Pero, ¿qué idea subyace y sustenta esta aberración, este escandalizarse del lector?

Lo sé, la idea está muy clara: que un etarra no es un señor, no se merece el trato de señor. Lo que no está tan claro para el lector es, por un lado, el modo en que este valor connotativo del titular pasa a su conciencia, en virtud de los resortes lingüísticos descritos: de modo tangencial, sin darle la posibilidad de reflexionar sobre la idea ya que ésta no está desarrollada. Y por otro las inmensas implicaciones de esta idea, que aunque no quedan claras para el lector éste las asume sin darse cuenta. Cientos de miles de lectores con esta noticia, otros muchos en noticias parecidas que a diario se cuelan en nuestras conciencias, dando vida con este proceso reiterado a una idea nueva, a una nueva cultura. La idea de que hay dos tipos de seres humanos: la gente de bien y los criminales. Los buenos y los malos. Nosotros y ellos. Nosotros somos señores, ellos son etarras, son terroristas islámicos, son pedófilos, son violadores, son asesinos psicópatas que disparan en una Universidad... pero no son señores, no son personas sino monstruos, y no merecen el respeto debido a las personas. No merecen los mismos derechos que nosotros, que las personas.

Hoy, en España, no merecen el derecho a votar el partido que les representa. No merecen el derecho a pensar de cierta manera: sí a la nuestra, a la que emana de nuestros valores, pero no a otro modo de pensar que considera justificable el recurso a la violencia, que nosotros no toleramos. Aunque no la practiquen –si la practican, no tienen derecho ni a ser tratados con el respeto debido a las personas, como hemos visto-, no tienen derecho a considerarla, deben absolutamente pensar como nosotros.

Hoy, en EE.UU. (que siempre están más adelantados que nosotros), aparte de esas “pequeñeces” a las que en España no consideramos que tengan derecho, esos “otros”, los etarras, los terroristas, los asesinos; no tienen derecho a la dignidad. No tienen derecho a la Justicia, a un abogado y a un juicio justo que determine su responsabilidad con la sociedad. No tienen derecho a casi nada. Sí, estoy hablando de Guantánamo. Y mejor que no tengan derecho a un juicio, porque de encontrárseles culpables, no tendrían ni el derecho primero de todos: el derecho a la vida.

Espero que mi exposición haya llamado la atención del lector sobre la inmensidad de las implicaciones de esa breve frase, “Abogado de víctimas llama señor a etarra”, y que en lo sucesivo esté atento a frases o posicionamientos parecidos, y los rechace enérgicamente. “El País”, trazando una línea neta entre dos tipos de seres humanos, ha sobrepasado un límite que hace años era imposible sospechar que un medio generalista habría superado. Hago notar al lector la extrema gravedad del hecho, y que no es en absoluto algo inaudito en la prensa últimamente. Otro ejemplo de esta diferenciación: todos los actos violentos en Medio Oriente son “ataques terroristas”, ya sean actos de las guerrillas de resistencia anti-ocupación, episodios de violencia tribal o venganzas: porque son simplemente actos de “terroristas”, esos “otros” que no merecen ser considerados personas. Sé que suena fuerte y el lector pensará que exagero: piense de nuevo al titular que he comentado; ésa es la verdadera opinión que transmite la prensa, la que se cuela de modo tangencial y sin darnos cuenta en nuestras conciencias, y que luego permite que todos esos actos violentos sean condenados por pertenecer a ese otro nivel, inferior, de seres humanos. Que permite la diferenciación tácita entre nosotros, gente de bien, y todos esos que no aceptan la democracia y nuestros valores, bárbaros que no tienen cabida en el mundo.

Esta última frase abre el tema de lo que algunos autores han llamado “fundamentalismo democrático”, pero lo trataremos en otra ocasión. Tan sólo espero que este artículo haga reflexionar al lector sobre la gravedad de la tendencia de la prensa en los últimos años, y que piense hacia dónde han llevado en el pasado estas terribles distinciones, y hacia dónde están llevando en EE.UU. hoy en día.

(1) = Sobre el modo en que el lenguaje ejecuta acciones, recomiendo un acercamiento a la teoría de los enunciados realizativos del filósofo del lenguaje J.L.Austin, How to do things with words, ed. Harvard University Press, 1975, y al desarrollo posterior de la teoría llevado a cabo por Jaques Derrida.

(2) = Roman Jackobson y Victor Schklovski son los autores clave de esta corriente crítica.

2 comentarios:

MR dijo...

Mi experiencia en EEUU me ha enseñado lo siguiente:
1. en referencia a EEUU, hay que distinguir entre lo que hace el gobierno y lo que es la población.
2. que rige también en EEUU una especie de fundamentalismo lingüístico, un puritanismo vocal que contrasta con la larga tradición retórica europea; por tanto el lenguaje estadounidense se condensa y se reduce a pocas palabras con mucho peso retórico, tanto como "terrorismo", "inmigrante", "discriminación".
3. es un país con 50 estados lo cual supone una diversidad enorme, con una extraña historia de inmigración y xenofobia que 'enriquece' el tema del otro.
4. si no me equivoco, Guantánamo no está en EEUU.

Lo que sucede en EEUU y lo que hizo el gobierno de Bush en Guantánamo son dos cosas distintas; además, al tratar un país con tanta diversidad como los EEUU, es demasiado fácil obviar las diferentes opiniones políticas de sus ciudadanos. La simplificación retórica de esta nación también se traduce muy mal en otras lenguas, ya que se pierden las matices de su significado tan cargado y lleno de historia.

Y no es que no haya casos de 'abuso verbal' en que los inmigrantes indocumentados dicen que se sienten 'terrorizados' por las autoridades (y por qué no, si tienen derecho a sentir lo que sienten?) y personas de tez blanca se quejan de la discriminación cuando no ganan los mismos premios que una persona de color.

Además, el sentido común está tan imbuido de las normas del sistema legal que no será casualidad que Bush haya elegido Guantánamo para tratar con la otredad del mundo democrático. Para poder decir que en EEUU todavía se mantienen los ideales de los fundadores de la constitución, porque repito que Guantánamo no está en EEUU y no todos los estadounidenses (legales o no) están de acuerdo con su presidente.

Xurxo Ventos dijo...

Hola Anita,
La cuestión de la “retorización” de términos que planteas a mí me interesa sobre todo por el poder que tiene el lenguaje de condicionar las conciencias de una sociedad. Por ejemplo, las neutralizaciones de los matices del significado de la palabra “terrorista” sirve para crear un maniqueísmo entre “malos” y “buenos” que elimine cualquier posibilidad de reflexión sobre las razones del conflicto que subyace al acto “terrorista”, y a la vez presentar el bando de los “buenos” como el único posible en una mente sana que aspira a ser “persona de bien”, sin preguntarse tampoco por los posicionamientos de estos “buenos”.
Otro caso muy parecido sucede con el término “talibán” en la prensa española. El término (significante) que designa esta antiquísima tribu y toda su historia y su concepción del mundo (culturalmente varios pasos más atrás de la nuestra, nadie lo duda), y con ella su entero concepto (significado), han sido neutralizados para la población occidental en “persona malísima muy machista y fanática que tortura a las mujeres, situada en Afganistán”. Y claro: con estas prendas es una realidad a eliminar, que hace que leamos con indiferencia día sí y día también titulares como “Mueren 36 talibanes en la frontera sur de Afganistán en enfrentamientos con las tropas internacionales”. Y bueno, vete tú a saber si esos muertos son de la tribu talibán o simplemente son civiles que han empuñado las armas para intentar expulsar a las tropas de ocupación...
Un caso muy diferente es el que me propones sobre los inmigrantes, que acuñan con un nuevo significado la palabra “terrorismo/terrorizar”. La diferencia está en las motivaciones y las consecuencias: el inmigrante no busca, como la prensa al servicio de los invasores, justificar sus acciones viles ni engañar y confundir a la sociedad; sino aprovechar la pujanza mediática del término para llamar la atención sobre su situación. El efecto no es reductivo ni neutralizador, sino al contrario, enriquecedor del término. Y no confunde ni crea ambigüedad, sino que particulariza la realidad de los inmigrantes.
Por todo esto estoy en contra de ese “peso retórico” con que usa la prensa ciertos términos, según me dices de modo más fuerte todavía en EE.UU.. No me opongo al cambio lingüístico espontáneo o forzado pero justificado por fines humanistas (me viene a la cabeza la apropiación del término “queer” por parte del movimiento gay estadounidense), aunque sea a veces empobrecedor o se pierdan matices: es la ley natural del cambio lingüístico. Me opongo a la utilización del lenguaje para someter a la sociedad.
Para terminar con el tema lingüístico, sobre lo que dices de la imposibilidad del lenguaje humano para abarcar la realidad... pues sí, pero tendremos que conformarnos y tratar de perfeccionarlo o manejarlo de modo que podamos aprehender mejor esa vastísima y variadísima realidad. La extensión de mis artículos, tan criticada, se debe a que para mí prima ese intento de llegar a una verdad conceptual que se corresponda con la realidad: a apresar la verdad, a “conocer” en el más puro sentido Kantiano.
(Por cierto, he retomado los estudios que hice hace años sobre filosofía del lenguaje, precisamente para mejorar estos asuntos de relación entre lenguaje, verdad y realidad; y he comenzado justamente por Immanuel)
Engarzando un poco con esto último, aprovecharé para defenderme de lo que a menudo se me señala, a veces diciéndome que soy “generalizador”, y otras, “dogmático”: Me señalas la inmensidad de lo que comprende EE.UU., cultural y políticamente: bien, yo jamás he negado esta variedad. Pero, ¿cómo abarcarla? Porque es necesario hacerlo. Bien, yo opto por identificar “constantes” culturales o políticas, y sin perder jamás de vista esa variedad, trabajar con estas “constantes”, que es lo único a lo que me puedo agarrar. En cuanto a su valor para inferir conclusiones a partir de ellas... pues bueno, algunas “verdades” podemos extraer de las constantes: por ejemplo, si EE.UU. vota mayoritariamente a Bush, hemos de suponer que estas personas, con todo el perfil político que hay detrás, tienen una presencia importante en la vida cultural del país.
Bueno, voy a parar aquí porque ya veo que me estaba metiendo en algo sobre lo que podría escribir durante días. Creo que has entendido lo que quería decir.
Por último, sobre la “otredad”, creo que está relacionado con el tendencioso manejo del lenguaje del que hablaba al comenzar. Se trata de construir “el otro”, este es un mecanismo antiquísimo, que últimamente está experimentando innovaciones. Lo de Guantánamo podríamos verlo como la neutralización máxima del concepto: los detenidos no tienen siquiera un nombre o un número para nosotros, el público: son sólo figuras humanoides de color naranja que hemos visto en fotos “robadas”. Tal vez el proceso de neutralización ligüístico sea abrir un camino que haga posible la aceptación de tal neutralización de seres humanos.
No he entendido muy bien lo que dices sobre la posición geográfica del presidio de Guantánamo, a veces por tu texto podría interpretar que desligas las responsabilidades EE.UU. en este campo de concentración por el hecho de no estar dentro de su territorio, supongo que no querías decir eso. Sí, Guantánamo es un territorio de Cuba, ocupado por el ejército de EE.UU., pero que debe tener un régimen territorial particular porque en efecto jurídicamente no es territorio de los EE.UU. y por eso es perfecto para poder violar todos los derechos en él, sean constitucionales de EE.UU. que los humanos.
Un abrazo,
X.V.