El 14 de Noviembre de 1974, el intelectual y artista Pier Paolo Pasolini publicó, en medio del convulso clima político de los “años de plomo” italianos, un artículo en la portada del “Corriere Della Sera” que habría de pasar a la historia del periodismo italiano, en el que delineaba de modo concluyente el papel del intelectual en la sociedad. En un momento en el que este término se ha maleado tanto, quiero traer a la palestra esta caracterización que Pasolini hace del intelectual a propósito de sí mismo.
“Io so. (…) Io so i nomi delle persone serie e importanti che stanno dietro ai tragici ragazzi che hanno scelto le suicide atrocità fasciste e ai malfattori comuni, siciliani o no, che si sono messi a disposizione, come killer e sicari.
Io so tutti questi nomi e so tutti i fatti (attentati alle istituzioni e stragi) di cui si sono resi colpevoli.
Io so. Ma non ho le prove. Non ho nemmeno indizi.
Io so perché sono un intellettuale, uno scrittore, che cerca di seguire tutto ciò che succede, di conoscere tutto ciò che se ne scrive, di immaginare tutto ciò che non si sa o che si tace; che coordina fatti anche lontani, che mette insieme i pezzi disorganizzati e frammentari di un intero coerente quadro politico, che ristabilisce la logica là dove sembrano regnare l'arbitrarietà, la follia e il mistero.
Tutto ciò fa parte del mio mestiere e dell'istinto del mio mestiere (…)
Ora il problema è questo: i giornalisti e i politici, pur avendo forse delle prove e certamente degli indizi, non fanno i nomi.
A chi dunque compete fare questi nomi? Evidentemente a chi non solo ha il necessario coraggio, ma, insieme, non è compromesso nella pratica col potere, e, inoltre, non ha, per definizione, niente da perdere: cioè un intellettuale.
Un intellettuale dunque potrebbe benissimo fare pubblicamente quei nomi: ma egli non ha né prove né indizi.
Il potere e il mondo che, pur non essendo del potere, tiene rapporti pratici col potere, ha escluso gli intellettuali liberi - proprio per il modo in cui è fatto - dalla possibilità di avere prove ed indizi” (1).
“Yo sé. (...) Yo sé los nombres de las personas serias e importantes que se mueven detrás de los trágicos muchachos que han elegido las suicidas atrocidades fascistas y de los delincuentes comunes, sicilianos o no, que se han puesto a su disposición como asesinos y sicarios.
Yo sé todos estos nombres y sé todos los hechos (atentados a las instituciones y masacres) de que son culpables.
Yo sé. Pero no tengo pruebas. Ni siquiera indicios.
Yo sé, porque soy intelectual, un escritor, que intenta seguir de cerca todo lo que sucede, conocer todo lo que se escribe sobre ello, imaginar todo lo que no se sabe o se calla; que coordina hechos lejanos, que ordena las piezas desorganizadas y fragmentarias en un cuadro político coherente, que restablece la lógica donde parecen reinar la arbitrariedad, la locura y el misterio. Todo ello forma parte de mi condición y del instinto de mi condición (...)
Ahora bien, el problema es el siguiente: los periodistas y los políticos, aun teniendo quizá pruebas, indicios seguro, no dicen los nombres.¿A quién compete decir estos nombres? Evidentemente a quien no sólo tiene el valor necesario, sino que, juntamente, no está comprometido en la práctica con el poder y, además no tiene, por definición, nada que perder: esto es, un intelectual. Un intelectual podría, pues, perfectamente decir en público esos nombres: pero él no tiene pruebas ni indicios. El poder y el mundo que, aún no siendo del poder, tiene relaciones prácticas con el poder, ha excluido a los intelectuales libres –justamente por su naturaleza- de la posibilidad de tener puebas e indicios”.
Coincido con Pasolini en esta consideración de lo que es un intelectual y su actividad. Para mí, lo más importante es el carácter de “ajeno al Poder”: un intelectual jamás se alinea con un grupo político, grupo empresarial o cualquier asociación que disfrute de una situación de poder (2), porque cualquier aproximación a ellos compromete su independencia. El intelectual ejerce su actividad crítica de análisis según dos normas: 1) guiándose únicamente por sus principios, que conoce perfectamente, y de los cuales infiere coherentemente todas sus opiniones, y 2) su objetivo es llegar siempre a la verdad, y si ello no es posible, a un nivel superior de conocimiento que sea lo más cercano posible a la verdad; independientemente de cualquier interés: ya sean los de la sociedad a la que pertenece o los suyos mismos.
De la actividad intelectual así desarrollada, del estudio exhaustivo y profundo de todo lo que se puede conocer del objeto de estudio, y a la vez independiente, libre y desapasionado, surge la valiosa opinión del intelectual. Y este valor le viene justamente del hecho de ser completamente ajena a los grupos de Poder, y por ello más cercana a la verdad, pues no ha sido desvirtuada por el interés (agente consciente) o la pasión (inconsciente). Esta cercanía a la verdad es útil a todos: a los intelectuales y a los manipuladores por igual, a aquéllos para usarla en la búsqueda de otras verdades y a éstos para buscar el modo de tergiversarla; a los que buscan formarse una opinión como a los que desean leer asentimiento borreguil con sus propias opiniones. La verdad siempre es útil, por ser única: la mentira, la falsificación, se la encuentra uno a cada paso. Puede, sí, suceder que no se esté de acuerdo con esta verdad. El que lee la crítica de un intelectual puede resultar en desacuerdo con lo leído, pero si aquél ha actuado en su análisis como un verdadero intelectual, no podrá el lector dudar de la veracidad de esa crítica. No hay que olvidar que un intelectual elabora su análisis a partir de unos principios, y si otra persona parte en su análisis de principios diferentes, llegará a conclusiones también diferentes. Pero lo que diferencia, repito, a la actividad intelectual de la simple opinión es su independencia y búsqueda desinteresada de la verdad: una opinión extraída de un proceso que no sigue las normas de la intelectualidad no podrá nunca superar en verdad a la expresada por el intelectual. Se tratará de una expresión de un grupo humano, un matiz cultural, una verdad útil o condicionada, una construcción hecha con ciertos fines: todo valioso y digno de ser tenido en cuenta –de hecho el intelectual se nutre en su estudio de todo ello-, pero no como verdad, sino como opinión ligada a un determinado grupo o interés.
Esto, desarrollar una actividad intelectual, podría parecer, a priori, algo sencillo. Sin embargo, he de decir que yo he conocido a muy pocos verdaderos intelectuales en mi vida, por no decir ninguno. Y puedo asegurar al lector que he leído bastante, mucho. Sigo buscando a los intelectuales. Porque yo soy un intelectual.
Ayer por la mañana me llegó por correo un manifiesto “contra la crispación política en España”, algunas horas más tarde este mismo manifiesto podía consultarse desde la portada de “elpais.com” (aunque horas más tarde retiró el enlace, de modo que sólo he podido encontrar el texto en este blog), medio de prensa del Grupo Prisa, grupo íntimamente –económicamente, más íntimo no se puede- ligado al PSOE. Este manifiesto estaba “firmado por intelectuales” de la talla de Almodóvar, Almudena Grandes, etc. Fue esta aberrante flexibilidad del término intelectual lo que me movió a escribir este artículo.
“El País” utiliza aquí el término “intelectual” en el sentido de “persona autorizada” que por todo lo que he explicado antes tiene en efecto el término, y ello le sirve para, justamente, “autorizar” y legitimar toda su campaña de defensa del PSOE y en contra del PP. El lector, confundido por el frecuente mal uso del término, tiende a incluir bajo “intelectual” a las personas a las que por su actividad se les presupone una elevada cultura, y en consecuencia una autoridad para opinar muy a tener en cuenta.
Pero sucede que ninguno de los impulsores del manifiesto ni los famosos que lo han firmado son intelectuales, y no lo son porque colaborando en esta iniciativa se comprometen con el Poder: se alinean con el PSOE y en contra del PP (3). Como ya he dicho, ningún intelectual haría una cosa así, por definición: tales actitudes les excluyen de la categoría de “intelectuales”.
Por otra parte, ninguno de los citados en el artículo de “elpais.com” como firmantes o impulsores del “manifiesto” (otra palabra muy devaluada en este caso, pero no voy a entrar en ello) se dedican a la “intelectualidad”, es decir no desarrollan una actividad crítica de las características que he descrito. Muchos de ellos son artistas: cineastas, escritores. El ser artista no implica necesariamente ser intelectual, e intentar hacer pasar a unos por otros tiene mucho de perverso. Pedro Almodóvar, por ejemplo, es un genial artista, historia viviente del Cine, dotado de una sensibilidad particularísima y una expresividad única, pero su actividad no tiene nada de intelectual. Su actividad es creadora. Que sus obras tengan más o menos compromiso político es algo que se comprende en el lenguaje narrativo de su código expresivo (el cine). Sus actividades públicas fuera de la creación de obras de arte geniales se reduce, hasta donde me consta, a la participación en manifestaciones y lectura de manifiestos redactados por otros. Que yo sepa, ni Almodóvar ni Almudena Grandes se han dedicado al estudio y la crítica de la realidad en busca de una verdad, fuera de la verdad artística, que es el mundo autónomo de la ficción pero que poco tiene que ver con el nuestro.
He señalado la inexacta utilización del término intelectual que se usa en los medios últimamente. Pero entonces, ¿quiénes son los intelectuales?
Eso mismo me pregunto yo. Ahora mismo, de las personas que pasan por tales en la vida pública, ni a uno lo considero como tal. Del pasado reconozco a varios: Roland Barthes, Sartre, el mismo Pasolini. Figuras de tan rigurosa intelectualidad no existen hoy en día… ¿No existen? Yo diría que sí.
La respuesta la encontramos en la situación actual del mundo. Nos encontramos en una sociedad en la que el Poder ha alcanzado una capacidad de control desconocida antes en la Historia, gracias al desarrollo tecnológico de los mass-media. El control absoluto de éstos permite al Poder diseñar una sociedad en la que todo está incluido en su órbita: todas las corrientes políticas, todas las culturas y las áreas geográficas, incluso las mismas fuerzas de la oposición más feroz al Poder se mueven dentro de sus límites y bajo la atenta supervisión de éste. Todo está incluido en el Poder. Todo menos los intelectuales.
Empecé diciendo que el intelectual se caracteriza por ser ajeno al Poder y desarrollar su análisis crítico fuera de la influencia de éste. Y es por ello que el intelectual es el enemigo número 1 del Poder, es su bestia negra, es la única verdadera fuerza que escapa a su control y que podría destruirlo. Por ello en los últimos años el Poder ha redoblado sus esfuerzos por eliminar a estos elementos fuera de control, células pequeñísimas pero que podrían causar un cáncer en su mismo seno. La voz de Pasolini se apagó el 1 de Noviembre de 1975: murió en circunstancias extrañas, asesinado por unos desconocidos en lo que se hizo pasar como un crimen de homofobia, pero nunca se aclararon las circunstancias de este crimen. Murió de forma violenta el que durante años había sido el azote del Poder, carismático y genial, y seguido por muchas personas que lo leían sabedores de que no obedecía a nadie. Un elemento extremadamente peligroso cuya actividad intelectual le había hecho pasar ya varios procesos judiciales, sin que éstos consiguieran acallar su voz crítica que desenmascaraba una y otra vez los actores del teatro político de la Italia democristiana. Sólo la muerte pudo apagar su voz.
A Pasolini, que era un artista reconocido internacionalmente y millones de personas esperaban a diario sus “scritti corsari” en la primera página del “Corriere Della Sera”, no se le podía negar un espacio en ninguna tribuna. Hoy en día, el Poder se ha cuidado de que el mercado de la comunicación no deje a ningún intelectual alcanzar tal posición: los que son celebrados como artistas, o lo son demasiado para ocuparse también de la realidad, o están adormecidos por el bienestar lo mismo que los ciudadanos de Occidente, o simplemente no son artistas (y mucho menos intelectuales). Los que son presentados como intelectuales no lo son en absoluto, pues o están vinculados a algún grupo de poder directa o indirectamente (quiero decir por militancia manifiesta o por interés no declarado) o su actividad dista mucho de ser intelectual por no ser coherente con unos principios o no buscar la verdad sino la engañifa.
¿Dónde están, pues, los verdaderos intelectuales? No lo sé. Hace años que los busco. Este blog es un desesperado intento de comunicarme con ellos. Si alguien conoce a alguno, le ruego que me lo presente.
Solo estoy seguro de una cosa: existen, están leyendo y escribiendo, y confío plenamente en que gracias a Internet los encontraré. El primer medio de comunicación libre de la Historia pondrá en comunicación a los intelectuales del mundo y estos pequeños virus desatarán el cáncer que acabará con el Poder: la verdad.
NOTAS:
(1) = El artículo completo de Pasolini (en italiano): http://www.corriere.it/speciali/pasolini/ioso.html
(2) = sobre lo que entiendo por “poder” y por “Poder”, dejo al lector pendiente de una serie de artículos que estoy preparando y que verán la luz en este foro en las próximas fechas.
(3) = me abstengo de comentar el carácter partidista del “manifiesto” comentado, porque me parece algo tan evidente que no necesita de análisis profundo de un intelectual que lo revele.